En condiciones normales, hoy estaríamos festejando a Isidoro de Sevilla, santo y doctor para los católicos y patrón de varias facultades universitarias y, en general, de Filosofía y Letras. No es todavía tiempo de celebraciones, bien lo sé. Pero me gustaría que el mucho dolor y las muchas preocupaciones no nos hagan olvidar a nuestros modelos. Isidoro de Sevilla lo fue y lo sigue siendo –o puede seguir siéndolo–. Sus tiempos tampoco fueron fáciles. Hoy suenan antiguos a la ciudadanía los nombres de aquellos reyes godos que conocíamos antes de memoria: Leovigildo, Recaredo, Sisebuto…También estamos lejos de problemas como el arrianismo aunque tenga sus herederos en la actualidad. Pero en los albores del siglo VII, las guerras, el hambre, la invertebración social, las difíciles relaciones judiciales y las dificultades de la transmisión del saber sacudían la vida de las gentes con toda dureza. Isidoro encontraba tiempo y energía para predicar su fe cristiana, sí, pero también para «hacer política» y, por fortuna para nosotros, para escribir obras monumentales como sus Etimologías. Enterrado en León, en un magnífico complejo arquitectónico que es lección de diferentes estilos artísticos, conservado su saber en ediciones importantes, alguna de ellas albergadas en la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca, ha sido estudiado por investigadores como Manuel Díaz y Díaz, catedrático de la Universidad de Salamanca y Doctor Honoris Causa en la misma en 1993. En medio de nuestra trágica circunstancia invito a dedicar unos minutos al recuerdo de tan polifacético antecesor medieval. Seguro que es posible dialogar con su legado todavía (en Internet circulan completos algunos de sus textos más importantes y es fácil encontrar y leer buena bibliografía secundaria, por ejemplo en Dialnet). Tal vez el pasado -y la historia- nos enseñe y ayude a hacer luz en el futuro.
El 4 de abril de 1284 falleció el rey Alfonso X que tan ligado estuvo a la Universidad de Salamanca. No es momento de conmemoraciones, claro. Pero sí puede serlo de proponerse objetivos, de sembrar de futuro este tiempo sombrío y trágico. Tal vez para el año 2021 se podría proponer como objetivo celebrar el centenario del nacimiento del rey que concedió a nuestro estudio salmantino su primera reglamentación en 1254. Un rey sabio y prudente, sensible y tolerante que escribía en las «Siete Partidas» que los lugares del estudio deben ser “de buen aire et de fermosas salidas […] porque los maestros que muestren los saberes et los escolares que los aprenden vivan sanos, et en él puedan folgar et rescebir placer a la tarde cuando se levantaren cansados del estudio”. Nada que ver con el confinamiento obligado en el que nos encontramos “los maestros et los escolares” ni con la imposibilidad de un verdadero descanso al final del día. No lo olvidemos en medio del gran esfuerzo por mantener la actividad docente no presencial. No son tiempos de exigencias excesivas, de desatenciones incomprensibles ni de pensar que un tipo de docencia se sustituye por otra sin más. No caigamos en un productivismo ciego: nuestra tarea no debe obviar el cuidado de nuestro alumnado y de toda la comunidad universitaria. Orgulloso de mi universidad, ojalá que el 2021 pueda ser un año de conmemoraciones de, entre otros, el rey Alfonso X. Con la unidad, la responsabilidad y la obediencia que nos solicitaba el presidente Sánchez esta tarde, con el trabajo siempre admirable de todas las personas que se enfrentan de cerca con la pandemia, lo podemos conseguir.
Aniversario de un fallecimiento en medio de miles de fallecimientos, lloremos con Tomás Luis de Victoria y su Oficio de Difuntos a tantas personas que están muriendo sin posibilidad de una despedida como merecían.
Un 10 de febrero del año 2013 falleció Eugenio Trías. Es imposible olvidar la fecha y, más todavía, olvidarle a él. Al menos quienes se dediquen a la Estética y la Teoría de las Artes, y más todavía si lo hacen en el ámbito de la Estética Musical. Desde que publicó Drama e identidad en la vieja editorial Barral en 1974 fueron muchas las personas amantes de la música que se acercaron a sus textos. Hasta entonces no tenían mucho que leer en castellano. La musicología siempre estuvo más cerca de manos levíticas y de cuestiones muy importantes pero alejadas del ámbito filosófico. Y las asignaturas de estética en los conservatorios no eran las más cuidadas por los equipos directivos de los centros. En los que había un o una especialista todo iba bien. Pero en otros quedaba en manos de quien tuviera más tiempo libre. Casi siempre se solventaba con la lectura de un manual como el de Joaquín Zamacois. De forma que el tipo de discurso de Eugenio Trías causó sorpresa entre el público melómano con intereses estéticos y filosóficos. Pero en el primer momento quedaba solo para los más motivados. Eran los que podían haber intentado incluso leer algún texto de Adorno en la traducción de los años sesenta aparecida nada menos que en la editorial Rialp. Eso sí: con portada roja. Bueno, roja y blanca, por si acaso.
Sí, fue un texto importante que hablaba de Haydn cuando no lo hacía nadie en España. Y vinculaba a varios compositores con conceptos estéticos y filosóficos. Muy recomendable ese libro todavía hoy. Quiero decir, todavía más hoy: por Haydn, por Mahler, también por Mozart, Wagner y todos los filósofos que aparecen en el libro. Y, claro está, por recordar a un filósofo que, cometiera los errores que cometiera, abrió muchos caminos para la Estética en la universidad española y pudo pensar con libertad y con mucha profundidad. Por eso hoy, sintiendo también el fallecimiento de Mirella Freni, propongo recordar a Eugenio Trías. Recordar, siempre recordar. Que no nos devore el olvido.
[No dejéis de escribirme si queréis alguna otra recomendación de lectura de Eugenio Trías]
El Festival de Teatro Clásico de Almagro (Ciudad Real) ha rendido un homenaje entrañable a Vicente Fuentes, el actor y maestro de actores que tanto ha hecho a lo largo de los años en favor de la voz, del verso, de la palabra y de la escucha. La voz de actrices y actores, la voz que resuena en los textos de nuestros clásicos, emerge gracias a la formación de este verdadero devoto del sonido y sus significados. No hace una semana que un grupo privilegiado de personas pudo disfrutar de uno de sus últimos trabajos: Triunfo de Amor, la apuesta escénica de Ana Zamora con su compañía, Nao d’Amores, que actualiza músicas y textos de Juan del Enzina. En un pequeño pueblo salmantino se hizo arte el sonido de las palabras y las composiciones perfectamente ensambladas, dichas y sonadas. Y en esa creación escénica el papel de Vicente Fuentes ha sido fundamental. ¡Ojalá que quienes lean este blog puedan asistir a alguna de las representaciones que quedan de esta verdadera joya teatral y musical!
También es posible todavía asistir a los cursos que Vicente Fuentes organiza en Sorihuela, en la sede de Fuentes de la Voz. Y, sin duda, leer alguno de los textos que ha traducido de la maestra británica Cicely Berry: La voz y el actor, en Alba Editorial, y Texto en acción, publicado por la editorial Fundamentos. En una u otra forma, gracias a Vicente Fuentes han sido muchas las personas que han cobrado conciencia de la importancia de la voz y, claro está, de escuchar. Muchas gracias y enhorabuena por ese merecido homenaje.