En condiciones normales, hoy estaríamos festejando a Isidoro de Sevilla, santo y doctor para los católicos y patrón de varias facultades universitarias y, en general, de Filosofía y Letras. No es todavía tiempo de celebraciones, bien lo sé. Pero me gustaría que el mucho dolor y las muchas preocupaciones no nos hagan olvidar a nuestros modelos. Isidoro de Sevilla lo fue y lo sigue siendo –o puede seguir siéndolo–. Sus tiempos tampoco fueron fáciles. Hoy suenan antiguos a la ciudadanía los nombres de aquellos reyes godos que conocíamos antes de memoria: Leovigildo, Recaredo, Sisebuto…También estamos lejos de problemas como el arrianismo aunque tenga sus herederos en la actualidad. Pero en los albores del siglo VII, las guerras, el hambre, la invertebración social, las difíciles relaciones judiciales y las dificultades de la transmisión del saber sacudían la vida de las gentes con toda dureza. Isidoro encontraba tiempo y energía para predicar su fe cristiana, sí, pero también para «hacer política» y, por fortuna para nosotros, para escribir obras monumentales como sus Etimologías. Enterrado en León, en un magnífico complejo arquitectónico que es lección de diferentes estilos artísticos, conservado su saber en ediciones importantes, alguna de ellas albergadas en la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca, ha sido estudiado por investigadores como Manuel Díaz y Díaz, catedrático de la Universidad de Salamanca y Doctor Honoris Causa en la misma en 1993. En medio de nuestra trágica circunstancia invito a dedicar unos minutos al recuerdo de tan polifacético antecesor medieval. Seguro que es posible dialogar con su legado todavía (en Internet circulan completos algunos de sus textos más importantes y es fácil encontrar y leer buena bibliografía secundaria, por ejemplo en Dialnet). Tal vez el pasado -y la historia- nos enseñe y ayude a hacer luz en el futuro.